4 de octubre de 2011

Perdido sin mi estupidez

No me puedo hacer cargo de mi duelo y también del tuyo. Tuviste tiempo desde que naciste para procesar esa tonelada de recuerdos, los de verdad y los que no existían aún, como para ahora hacerte el sorprendido porque la muerte existe. ¿No sabías que la muerte existía de verdad? Es como Papá Noel pero un poco más buena, porque llega para todos, no sólo para los pequebú. Además, no tenés que armar ningún árbol con pelotitas rojas y doradas o azules y plateadas ni tenés que hacer dos kilos de matambre, tres arrollados con jamón, queso, huevo y aceitunas, ni descorchar ninguna sidra*. Te puede caer mientras te estás suicidando casando, o cuando juega River-Godoy Cruz. Capisce?

No puede ser que después de 21 años todavía sigas dudando de si se va a morir algún día o no. Ni hablar de la loca de tu madre, que se lo sigue preguntando cuando ya pasaron más de 40 años desde que nació. Cuando un pibe nace, no llora porque le cabe, llora porque te está diciendo que sos una mierda por haberlo traído a este mundo desigual, pero además, llora porque ya se está despidiendo de vos y de todos sus muertos. Entonces, naciste un día y tenés todos esos años para pensar qué vas a hacer cuando se muera. Como cuando formás pareja. Como cuando estás con él en la cama después de cojer y pensás, en el silencio del placer, qué va a pasar si algún día se separan.

También sabés que la inmortalidad solo existe en los cuentos de Cortázar o en "El Sur" de Borges. Sabés que nacés para morir y que ese momento tiene que ser tu punto arquimédico. Tenés que vivir para tomar la bastilla de tu muerte. Es un círculo, la serpiente comiéndose la cola.

Mi vida no es una democracia. No me jodas con tu llanto de cartón pintado cuando hace años podrías haberte ocupado de sacar los pies del barro que es tu vida. No llores. Me hacés llorar si llorás.


*A menos que el finado sea algún capitalista explotador o genocida.