18 de septiembre de 2011

Rape me

Estabas re caliente esa noche. Pusiste esa canción en el tocadiscos de tu mente, mientras lo desnudabas con el resto de tu cerebro. Y así, como quien no quiere la cosa, creiste que te lo chapabas atravesada en su cama, con un foco celeste o rojo, no me acuerdo, mientras intentabas sacarte las zapatillas acordonadas hasta los tobillos.
Vos nunca supiste con certeza quién te enseñó que la tenés que humedecer todo el tiempo porque sino duele, pero lo hacés porque siempre funciona, en todos los órdenes de la vida. Tampoco sabés bien cuál fue el primer falo que te comiste, pero estás adoctrinada: eso no se pregunta. Mucho menos sabés quién te tocó las flores las primera vez, ni hablar de dónde y a qué edad. Tampoco te acordás quién protagonizó tu primera paja, no sabés si fue hombre o si es mujer. No tenés idea de cuánto durás exactamente hasta que acabás ni cuánto tiempo pasa desde que lo besás hasta que te calentás. Pero vos lo hacés porque estás adoctrinada para no preguntar.

Esa noche estabas caliente. Estabas infantil, estabas pensando en que el cinturón te apretaba la panza y él se iba a dar cuenta y no te lo ibas a poder cojer porque entonces dejarían de ser naturaleza para ser cultura. Pero vos seguías pensando en Confort y música para volar y creías que tenías el pelo largo por la cintura cubriendo tus tetas que se salían de tu cuerpo de sirena y resaltaban con tu bombacha blanca. Llevabas eso solo en tu mente: una bombacha blanca y un par de tetas que hacían sombra. Y te gustaba aprovecharte de tu carne para mirarlo y llenarlo de miedo por culpa de tu canibalismo. Pero la culpa no les cabe ahora, porque mientras lo fusilabas de un pestaneo le ibas sacando la remera porque querías sentir más de cerca su olor a desodorante barato. Después alternabas entre el cinturón y las caricias porque te gusta hacerte la confundida, la que no sabés lo que estás tocando.

Te acordaste también que te gusta que te pongan de espaldas para marcarte de cerca los ríos de Europa. Te gusta sentarte y ser admirada. Te gusta el balance, el equilibrio, la sincronización y la luz apagada para que no te vean las muecas ni los dedos tensos. También te gusta la oscuridad para no ver cómo se le juntan las cejas y se le entreabre la boca, porque siempre te da risa. Incluso pensabas que te gusta gritar cuando se acaba la música, cuando te escupen las notas en la cara o cuando vos las guardas en lugares secretos y hacés del sexo una expedición.

Cuando terminaste de cojerte a vos misma -porque te quedaste dormida con la música puesta- te lavaste las manos y te fuiste de la cama. Sos una mujer fálica porque te cojés y te vas a hacer otra cosa. Dejás a tu ser todo abandonado, todavía tibio, todavía sudado, te ponés una remera del Indio y te vás tarareando una canción de Cerati.

Te vas preguntándote "a quién te querés cojer, boluda?" y reconfirmás que no dá.