16 de octubre de 2011

Geografía para novatos

Después de algunos años de prueba y error, por fin encontraste tu lugar en el mundo.

Ahora me debato entre sentirme una tonta tontísima por todo el tiempo perdido -todas esas caras sin tallar, esas estúpidas cenas familiares, las discusiones por la falsa moralina, la cama vacía, el sexo malo, el mal humor constante, tus berrinches, los míos, las drogas sin probar, el fernet inexistente, los "no puedo, tengo novio", tus escapadas a la goma, las mentiras, tu machismo, mi feminismo, la política sin tocar, el libro sin leer, la pintura en la pared, las 2 de la tarde me tengo que ir y el "me estás cagando la vida"- o sentirme contenta porque encontraste tú lugar en el mundo que, por suerte, no es mi casa, nuestra casa o el fondo de la casa de mis viejos.

No puedo no escribir sobre mis reflexiones, disculpenmé. No voy a dejar de decir que todo esto me llevó a la luz a la que no iba a llegar si seguía pensando en comprarme el perro, la casa, el viaje a Bariloche y el hijo con nombre griego. Todas mis conclusiones son iguales. Tomo caminos alternativos, pero todas las conclusiones son la recursividad misma. Una vez en la vida en la que no me contradigo, en la que todo se me aparece epifánico y sangabrielano.

La mentira del amor construido, siempre gramsciano, empieza cuando hay una diferencia de años entre la fecha en la que debería haber terminado y la fecha en que terminó. Y es gracias a eso que hoy tenés tú lugar en el mundo, tuyo, sólo tuyo y de nadie más. Nada puede superar eso, solo la idea de ser dos extraños -nuevamente- que se corren la mirada cuando se cruzan por la calle y ponen cara rara cuando se acuerdan de algo que les dá asco.

Firmado: la chica que tiene miles de lugares en el mundo desde hace un maravilloso tiempo y que hoy te pegaría una piña si la callás cuando está reivindicando los derechos de la mujer.