Pero ella tampoco llena la nada de sí: no la llena de él, ni de ellos, de ellas, de túes, de yoes, de mies. La deja vacía. No la saca de su trono ni la muestra.
Eso sí: la usa de escudo, de almohada, de sostén, de espada, de papel, de sombra. Le clava cosas en los ojos, la aprieta, le pega, la cura, le da calor, la descuida después la abraza.
Esa cosa que le sostiene la cabeza cuando se va a dormir no son los hombros, no es ella, es la nada misma, campeón.