De niño, su seguridad me enfurecía (igual daba por qué estuvieramos discutiendo). Era una seguridad que revelaba --al menos a mis ojos-- lo vulnerable que era, las dudas que la asaltaban bajo su bravuconería, cuando yo la quería invencible. Y, en consecuencia, le llevaba la contraria en todo aquello de lo que parecía tan segura. Esperaba que así llegaríamos a descubrir juntos otra cosa que pudiéramos poner en duda con una confianza compartida. Lo que sucedía, sin embargo, era que mis contraataques la volvían todavía más frágil, y terminábamos los dos irremediablemente arrastrados en un torbellino de perdición y congoja, pidiendo silenciosamente a gritos que viniera un ángel a salvarnos. Ese ángel no vino nunca.Lisboa
John Berger - "Aquí nos vemos"